
Vivo en Siliguri, una ciudad donde las fronteras se encuentran y los mundos chocan. Enclavada en las faldas del Himalaya, nuestras calles se llenan de sonidos de muchos idiomas —bengalí, nepalí, hindi, tibetano— y rostros de todas partes. Refugiados llegan aquí buscando seguridad desde Nepal, Bután, Bangladesh y el Tíbet, con historias de pérdida, esperanza y anhelo. Cada día veo lo frágil que puede ser la vida y el profundo anhelo de paz que la gente anhela: la paz que solo Jesús puede dar.
A Siliguri se le llama la "Puerta al Noreste", y a menudo pienso en cuán cierto es eso también en el Espíritu. Este lugar conecta naciones; también podría convertirse en una puerta para que el Evangelio fluya a través de la India y a las naciones más allá. Sin embargo, la desolación es profunda. La pobreza apremia, los niños duermen en estaciones de autobuses y la gente carga con heridas invisibles de generaciones de desplazamiento y división.
Aun así, incluso en el cansancio, siento la acción de Dios. Veo corazones que se ablandan, conversaciones tranquilas sobre la esperanza, pequeñas reuniones de oración que iluminan rincones oscuros. Jesús está aquí, caminando entre los mercados abarrotados, susurrando la verdad a vidas que se les ha dicho que están olvidadas.
Estoy aquí para ser sus manos y pies: para amar al refugiado, al trabajador cansado, al niño errante. Mi oración es que Siliguri se convierta en algo más que una ciudad fronteriza: que sea un lugar donde el cielo toca la tierra, donde su luz irrumpe en la niebla de la confusión, y donde las naciones que pasan por aquí encuentren el amor y la salvación de Jesucristo.
Señor Jesús, cada día veo a personas que han huido de sus hogares —tibetanos, nepalíes, butaneses, bangladesíes— buscando seguridad y un nuevo comienzo. Me duele el corazón por ellos. Te ruego que seas su verdadero refugio, su consuelo en la pérdida y su esperanza para el futuro. Que tu iglesia en Siliguri los abrace con amor, hospitalidad y dignidad.
Siliguri es llamada la "Puerta del Noreste", pero creo, Señor, que la has llamado para ser una puerta de entrada a tu gloria. Ruego que los caminos que salen de esta ciudad —hacia Nepal, Bután, Bangladesh y el Tíbet— lleven no solo comercio y viajeros, sino también el mensaje de tu Reino. Úsanos, tu pueblo, para llevar luz a las naciones que pasan por aquí.
Jesús, veo a los niños durmiendo cerca de las estaciones de tren, vendiendo baratijas en las calles y creciendo sin esperanza. Por favor, acércate a ellos. Forma hombres y mujeres que los cuiden, los enseñen y los protejan. Que Siliguri se convierta en un lugar donde los huérfanos encuentren familia y los olvidados encuentren un propósito en ti.
Señor, hay muchas iglesias aquí: pequeñas congregaciones, reuniones en casas y creyentes fieles dispersos por toda la ciudad. Oro por una profunda unidad, humildad y valentía entre nosotros. Que sirvamos juntos como un solo cuerpo, amando sin competir y brillando como un testimonio unido de tu gracia para cada tribu y lengua representada aquí.
Padre, te pido paz en Siliguri: en sus calles abarrotadas, cruces fronterizos y corazones cansados. Que tu Espíritu inunde esta tierra, rompiendo el poder de la desesperación y el miedo. Que Siliguri sea conocida no por sus luchas, sino como una ciudad de esperanza, donde tu nombre se exalta y donde cada nación que la atraviesa encuentra tu amor y salvación.



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