BAGDAD

Yo vivo en Bagdad, una vez conocido como el “Ciudad de la Paz.” Su nombre aún resuena en la historia, aunque sus calles ahora llevan las marcas de la guerra, la división y el dolor. Al caminar por sus barrios atestados, veo vestigios de lo que Bagdad fue: un floreciente centro de aprendizaje, cultura y fe. Mi corazón anhela ver esa paz restaurada, no a través de la política ni del poder, sino a través del Príncipe de la Paz., Jesús.

Aquí, en el corazón de Irak, la Iglesia aún perdura. Entre las ruinas y la reconstrucción, unos 250.000 seguimos adorando, sirviendo y manteniendo la esperanza. Venimos de antiguas tradiciones cristianas, pero compartimos una sola fe: aferrarnos a Cristo en un lugar donde el miedo y la incertidumbre aún persisten. Nuestra ciudad crece, pero su alma anhela sanar. Cada día me encuentro con personas que ansían estabilidad, perdón, algo que perdure.

Creo que este es nuestro momento: una oportunidad de gracia para el pueblo de Dios en Bagdad. Él nos llama a ser sus manos y pies, a servir a los pobres, consolar a los afligidos y proclamar la paz donde antes reinaba la ira. Cada oración que elevamos, cada acto de bondad, es como una semilla sembrada en tierra árida. Creo que el Espíritu de Dios regará esas semillas, y un día Bagdad, la “Ciudad de la Paz”, volverá a hacer honor a su nombre, restaurada por el amor y el poder de Jesús.